Categorías
Fanáticos de Jesus

Los Hechos de Pedro y los Doce Apóstoles (Nag Hamadi)

Leer en 9 minutos.

Este texto fue lamido por 97 almas esta semana.

[…] que […] en […] los apóstoles […]. Navegamos […] desde el cuerpo […] desde el cuerpo. Otros no estaban ansiosos en sus corazones. Y en nuestros corazones estábamos unidos. Nos comprometemos a cumplir el ministerio para el cual el Señor nos ha designado. E hicimos un pacto entre nosotros.

Bajamos al mar en un momento oportuno, que nos vino del Señor. Encontramos un barco amarrado en alta mar listo para abordar y hablamos con los marineros del barco sobre la posibilidad de subir a bordo con ellos. Ellos fueron muy bondadosos con nosotros, tal como el Señor les había ordenado. Y después de subir a bordo, navegamos un día y una noche. Después de eso, se levantó un viento detrás del barco y nos llevó a un pequeño pueblo en medio del mar.

Y yo, Pedro, pregunté el nombre de esta ciudad a los vecinos que estaban en el muelle. Un hombre entre ellos respondió diciendo: “El nombre de esta ciudad es Vivienda, o sea Fundación […] resistencia”. Y el líder entre ellos sosteniendo la rama de palma en el borde del muelle. Y después de desembarcar con nuestro equipaje, entré en la ciudad para pedir consejo sobre alojamiento.

Salió un hombre con un paño atado a la cintura y un cinturón de oro ceñido. También le ataron una servilleta sobre el pecho, que se extendía sobre los hombros y le cubría la cabeza y las manos.

Estaba mirando al hombre porque era hermoso en su forma y estatura. Fueron cuatro partes de su cuerpo las que vi: las plantas de sus pies y parte de su pecho y las palmas de sus manos y su cara. Estas cosas las pude ver. En su mano izquierda tenía una cubierta de libro como (las de) mis libros. En su mano derecha llevaba un bastón de madera de styrax. Su voz resonó mientras hablaba lentamente, gritando a la ciudad: “Pearl Pearls”.

De hecho pensé que era un hombre de esa ciudad. Le dije: “Mi hermano y mi amigo”. Luego me respondió diciendo: “Con razón dijiste: 'Mi hermano y mi amigo'”. ¿Qué buscas de mí? Le dije: “Te pregunto por el alojamiento para mí y para los hermanos también, porque aquí somos extraños”. Él me dijo: "Por eso yo mismo acabo de decir: 'Mi hermano y mi amigo', porque también yo soy un tipo extraño como tú".

Y dicho esto, gritó: “¡Perlas! ¡Perlas! Los ricos de aquella ciudad oyeron su voz. Salieron de sus almacenes ocultos. Y algunos miraban desde los almacenes de sus casas. Otros miraban por las ventanas superiores. Y no vieron (que podían ganar) nada de él, porque no había ninguna bolsa en su espalda ni ningún fardo dentro de su paño y servilleta. Y a causa de su desdén, ni siquiera lo reconocieron. Él, a su vez, no se reveló a ellos. Regresaron a sus tiendas diciendo: "Este hombre se está burlando de nosotros".

Y los pobres de aquella ciudad oyeron su voz, y vinieron al hombre que vendía esta perla. Dijeron: "Por favor, tómate la molestia de mostrarnos la perla para que luego podamos verla con nuestros (propios) ojos". Porque somos los pobres. Y no tenemos ese precio […] para pagarlo. Pero muéstranos que podemos decirles a nuestros amigos que vimos una perla con nuestros (propios) ojos”. Él respondió diciéndoles: “Si es posible, venid a mi ciudad, para que no sólo la muestre delante de vuestros (mismos) ojos, sino que os la dé gratis”.

Y efectivamente ellos, los pobres de aquella ciudad, oyeron y dijeron: “Como somos mendigos, sabemos con certeza que un hombre no da una perla a un mendigo, sino que (es) pan y dinero lo que generalmente se recibe. Ahora bien, la bondad que queremos recibir de ti (es) que nos muestres la perla que tenemos ante nuestros ojos”. Y les diremos a nuestros amigos con orgullo que vimos una perla con nuestros (propios) ojos” – porque no se encuentra entre los pobres, especialmente entre mendigos (como estos). Él respondió (y) les dijo: “Si es posible, venid vosotros mismos a mi ciudad, para que yo no sólo os la muestre, sino que os la entregue gratis”. Los pobres y los mendigos se alegraron por el hombre que da gratis.

Los hombres le preguntaron a Peter sobre las dificultades. Pedro respondió y dijo aquellas cosas que había oído acerca de las dificultades del camino. Porque son intérpretes de las dificultades de su ministerio.

Le dijo al hombre que vendía esta perla: “Quiero saber tu nombre y las dificultades del camino a tu ciudad porque somos extranjeros y siervos de Dios”. Es necesario que difundamos armoniosamente la palabra de Dios en cada ciudad”. Él respondió y dijo: “Si buscáis mi nombre, Litargoel es mi nombre, cuya interpretación es piedra luminosa, como una gacela.

“Y también (sobre) el camino a la ciudad, sobre el cual me preguntaste, te lo cuento. Ningún hombre es capaz de ir por ese camino excepto aquel que ha abandonado todo lo que tiene y ha ayunado diariamente de etapa en etapa. Para muchos, son los ladrones y los animales salvajes los que se encuentran en ese camino. Al que lleva pan consigo por el camino, los perros negros lo matan por el pan. Aquel que lleva consigo un traje caro del mundo, los ladrones lo matan a causa del traje. Al que lleva agua consigo, los lobos lo matan a causa del agua, ya que tenían sed de ella. El que está ávido de carne y verduras, los leones comen por carne. Si huye de los leones, los toros lo devorarán por las verduras”.

Cuando me dijo estas cosas, suspiré para mis adentros, diciendo: “¡Hay grandes dificultades en el camino! ¡Si tan solo Jesús nos diera el poder de caminarlo!” Me miró porque mi cara estaba triste y suspiré. Me dijo: “¿Por qué suspiras, si en realidad conoces este nombre “Jesús” y crees en él? Es un gran poder para dar fuerza. Porque yo también creo en el Padre que lo envió”.

Le respondí preguntándole: “¿Cómo se llama el lugar al que vas, tu ciudad?” Me dijo: “Éste es el nombre de mi ciudad, 'Nueve Puertas'”. Alabemos a Dios, porque sabemos que el décimo es la cabeza”. Después de eso, me alejé de él en paz.

Cuando estaba a punto de ir a llamar a mis amigos, vi olas y grandes muros altos alrededor de los límites de la ciudad. Me maravillé de las grandes cosas que vi. Vi a un anciano sentado y le pregunté si el nombre de la ciudad era realmente Habitação. Él […], “Vivienda […]”. Me dijo: “Hablas de verdad, porque habitamos aquí, porque soportamos”.

Respondí diciendo: “Con razón […] hay hombres que le dan nombre […], porque (por) todos los que soportan sus pruebas, las ciudades son habitadas, y de ellos sale un reino precioso, porque soportan en el en medio de apostasías y dificultades de tormentas. Así será habitada la ciudad de todos los que llevan el peso de su yugo de la fe, y serán incluidos en el reino de los cielos”.

Me apresuré y fui a llamar a mis amigos para que pudiéramos ir a la ciudad que él, Lithargoel, nos había designado. En un vínculo de fe abandonamos todo como él había dicho (hacer). Evitamos a los ladrones porque no encontraron su ropa con nosotros. Evadimos a los lobos, porque no encontraron con nosotros el agua que tenían sed. Evadimos a los leones, porque no encontraron en nosotros el deseo de carne. Evadimos a los toros […] no encontraron verduras.

Nos sobrevino una gran alegría y un cuidado pacífico como el de nuestro Señor. Descansamos frente a la puerta y hablamos entre nosotros sobre lo que no es una distracción de este mundo. Al contrario, continuamos en la contemplación de la fe.

Mientras discutíamos en el camino sobre los ladrones de los cuales habíamos escapado, he aquí Litargoel, cambiado, vino a nosotros. Tenía la apariencia de un médico, ya que llevaba una caja sin guía debajo del brazo y un joven discípulo lo seguía con una bolsa llena de medicinas. No lo reconocemos.

Pedro respondió y le dijo: Queremos que nos hagas un favor, porque somos extranjeros, y que nos lleves a casa de Litargoel antes de que llegue la noche. Él dijo: “Con rectitud de corazón os lo mostraré”. Pero me sorprende cómo conociste a este buen hombre. Porque él no se revela a todos, porque él mismo es hijo de un gran rey. Descansa un poco para poder ir, curar a este hombre y volver”. Se apresuró y regresó (regresó) rápidamente.

Le dijo a Pedro: “¡Pedro!” Y Pedro tuvo miedo, porque ¿cómo sabía que se llamaba Pedro? Pedro respondió al Salvador: “¿Cómo me conoces, ya que llamaste mi nombre?” Litargoel respondió: “Quiero preguntarte ¿quién te puso el nombre de Pedro?” Él le dijo: “Era Jesucristo, el hijo del Dios vivo”. Él me dio este nombre”. Él respondió y dijo: “¡Soy yo! Reconóceme, Pedro”. Se aflojó el manto que lo cubría, el que él mismo se había puesto por nuestro bien, revelándonos en verdad que era él.

Nos postramos en tierra y le adoramos. Éramos once discípulos. Extendió la mano y nos hizo ponernos de pie. Le hablamos con humildad. Nuestras cabezas se inclinaron con indignación cuando dijimos: "¿Qué quieres que hagamos?". Pero danos el poder de hacer lo que quieras en cada momento”.

Les entregó la caja de ungüentos y la bolsa que estaba en la mano del joven discípulo. Él les mandó así, diciendo: Id a la ciudad de donde habéis venido, que se llama Habitación. Continúa en resistencia mientras enseñas a todos los que han creído en mi nombre, porque he sufrido las pruebas de la fe. Te daré tu recompensa. A los pobres de esa ciudad, dadles lo que necesitan para vivir, hasta que yo les dé lo mejor, lo que les dije, les daré en vano”.

Respondió Pedro y le dijo: Señor, tú nos has enseñado a abandonar el mundo y todo lo que hay en él. Renunciamos a ellos por tu causa”. Lo que nos preocupa (ahora) es la comida para un solo día. ¿Dónde podemos encontrar las necesidades que el Señor nos pide que atendamos a los pobres”?

El Señor respondió y dijo: “¡Oh Pedro, era necesario que entendieras la parábola que te conté! ¿No comprendéis que mi nombre que vosotros enseñáis, supera todas las riquezas, y la sabiduría de Dios supera al oro, a la plata y a las piedras preciosas”?

Les dio la bolsa de medicinas y les dijo: "Sanad a todos los enfermos de la ciudad que creen en mi nombre". Pedro tuvo miedo de responderle por segunda vez. Le hizo una señal al que estaba a su lado, que era John: “Esta vez hablas tú”. Juan respondió y dijo: “Señor, delante de ti tenemos miedo de hablar muchas palabras”. Pero eres tú quien nos pide que practiquemos esta habilidad. No nos enseñaron a ser médicos. ¿Cómo sabremos entonces curar los cuerpos, como él nos dijo?

Él les respondió: “Bien habéis hablado, Juan, porque sé que los médicos de este mundo curan lo que es del mundo. Los médicos de almas, en cambio, curan el corazón. Sana, pues, primero los cuerpos, para que mediante los verdaderos poderes curativos de sus cuerpos, sin la medicina del mundo, crean en ti, que tienes el poder de curar también las enfermedades del corazón.

“Pero los ricos de la ciudad, aquellos que ni siquiera han tenido a bien reconocerme, sino que se han revelado en su riqueza y orgullo, con éstos, por tanto, no cenan en sus casas ni son amigos de ellos, no sea que su parcialidad influye en vosotros. Para muchos en las iglesias, se ha mostrado parcialidad hacia los ricos, porque ellos también son pecadores y dan ocasión a que otros pequen. Pero júzgalos con justicia, para que sea glorificado su ministerio, y también mi nombre sea glorificado en las iglesias”. Los discípulos respondieron y dijeron: “Sí, en verdad esto es lo que se debe hacer”.

Se postraron en tierra y lo adoraron. Los hizo levantarse y se alejó de ellos en paz. Amén.

***

fuente:

<http://gnosis.org/naghamm/actp.html>.

***

Texto adaptado, revisado y enviado por Ícaro Aron Soares.

 

⬅️ Regreso a la biblioteca de Nag Hammadi

Deja un comentario

Traducir "