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Criptozoología

La belleza y el naturalista

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Los naturalistas llaman monstruos a ciertas desviaciones de la norma anatómica.

Sinceramente, debo confesar que estos monstruos me dan miedo.

Confieso sinceramente que sólo se producen desviaciones muy marcadas de la norma cuando los llamamos monstruos.

Lo confieso honestamente: gracias a Dios, la mayoría de los monstruos son fetos que nacen muertos.

Y además: aunque hay cientos o miles de frascos con fetos en su interior en los museos, lo cierto es que rara vez nacen monstruos. Es cierto que a mediados del siglo pasado este porcentaje aumentó a causa de la Talidomida, un medicamento administrado a mujeres embarazadas que provocaba malformaciones en los fetos, pero aun así el monstruo es un fenómeno extraño que ocurre muy raramente.

Sinceramente declaro: gracias a Dios, con las nuevas tecnologías, ahora es posible que la medicina impida el nacimiento de niños monstruosos.

Te aconsejo de buena gana: acude al médico si tienes pila bífida o algo así, porque éste y otros engendros se pueden curar. El niño cuyos genitales pertenecían a la foto no estaba contento, le daba vergüenza mostrarlos, pero fue operado y pronto dejó de ser un monstruo.

A PESAR DE:

a) ¿Cuál es la norma? ¿Cuál es su naturaleza, en qué se basa? ¿Quién determina cuál es la norma y a partir de qué grado? – ¿El cabello rubio, 1,70 m de altura, piel blanca y ojos azules son la norma para una muestra hecha en China?

b) Norma, dice el naturalista Barbosa Sueiro, es el término más frecuente en una serie. Sí, pero ¿qué sentido tiene establecer un término más frecuente, y más frecuente dónde, y cuáles son sus límites?

Guerreiro (1921) comenta la norma de la siguiente manera: “Estas descripciones típicas corresponden a hipotéticos individuos normales; cualquier otra disposición, no incluida en estas descripciones, en la misma letra que los tratados de anatomía y de acuerdo con ellos, constituye una anomalía, que puede ser grande o pequeña, o una variación, anomalía o monstruosidad, según su apariencia. Si adoptamos esta manera de ver, ciertamente nos someteríamos a la contingencia de concluir que el hombre normal, es decir, el que corresponde a la descripción de los autores, es un hombre que no existe. La propia normalidad sería entonces exclusiva de los tratados (…)”.

La norma no existe en la Naturaleza, pero está pactada en los libros, y en base a ella la ciencia determina qué es una variación, una anomalía o un monstruo. El establecimiento de la norma racial aria, por ejemplo, sirvió al nazismo para eliminar a trece millones de personas.

El establecimiento de una norma ideológica sirvió a Stalin para eliminar a sus oponentes. De ahí que en su ensayo, que yo calificaría de extraño fenómeno capilar, “Grandeza y decadencia del bigote”, el naturalista Pires de Lima presenta una imagen de ambos en la forma de una materia que ha estudiado mucho, la del doble monstruo.

c) En esta cuestión de norma y desviación, incluso el monstruo se desvía o no de su propia norma, cuando el naturalista Alfredo Araújo, vg, dice de su cuerpoo cuerpo, literalmente: “Nuestro primer monstruo es un hermoso ejemplar de derodimia. A un único tronco que se va ensanchando de abajo hacia arriba, responden dos cuellos y dos cabezas, claramente individualizados. Tiene cuatro miembros de conformación normal” (Araújo, 1939).

d) ¿Qué conocimiento es el de la Teratología, materia fundada sobre bases científicas por Isidore Geoffroy Saint-Hilaire, en “Histoire générale et particulière des anomalies de l'organization chez l'homme et les animaux” (1836), autoridad a la que ¿Todos se refieren a estos anatomistas? ¿Cuál es su poder reparador, como ciencia adscrita a la medicina?

Es el naturalista Álvaro Moitas, médico militar y profesor de la Facultad de Medicina de Oporto, quien afirma que existen muchas teorías para explicar las desviaciones de la norma, pero que la ciencia no sabe nada al respecto: “A pesar de los esfuerzos de numerosos teratólogos y biólogos, Aún no se conoce la etiología de las anomalías y monstruosidades” (Moitas, 1946). El arrinencéfalo que presenta, sin embargo, tiene causas fáciles de explicar: el feto humano femenino, probablemente nacido muerto, fue víctima de bridas amnióticas.

Puede que lo haya sido, pero lo que parece fundamentar la teratología en bases científicas es sólo la descripción de las formas y la nomenclatura que se les aplica. Esta es la arrogancia de los códigos, la humillación que nos infligen estos términos técnicos cuyo significado desconocemos, porque “nombrar es dominar” (Herberto Helder).

Aquí está el problema:

Cualquier individuo constituye una desviación de cualquier norma acordada, y en nombre de esta monstruosidad, el poder que establece la norma puede eliminarlo.

A mí me pueden eliminar porque ya no soy joven, a ti te pueden eliminar porque tienes la piel negra, a ella te pueden eliminar porque es un genio, a ti te pueden eliminar porque eres lesbiana, a él le pueden eliminar porque es pobre, Te pueden eliminar porque compartes un perfil, una ideología que no es la del poder dominante.

Todo el problema del monstruo da miedo porque en su origen tiene una mirada normalizadora, un deseo, esta voluptuosidad...

Ah, la Norma, la Norma de los naturalistas, ¿qué morfología tiene?

Es una Norma de “belleza suprema”, susurra Pires de Lima (1944), estudiando anatómicamente el deltoides en las esculturas de Soares dos Reis. El deltoides –ese delta radiante de fibras que forman el músculo triangular del brazo, y por tener forma de delta se llaman deltoides– está perfecto, aunque inerte por la tristeza.

Sí, la regla de los naturalistas tiene un nombre, y de hecho su suprema belleza sólo existe en los libros, en el arte, en definitiva, en el trabajo de la tremenda imaginación humana: se llama Los marginados.

El monstruo es quizás quien envió al exilio a la Belleza imaginaria: la ciencia misma.

Artículo publicado originalmente en revista triplov
María Estela Guedes.

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