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La génesis de lo anormal

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“Digamos que el monstruo es aquel que combina lo imposible con lo prohibido”.

– Foucault – Lo anormal.

Según Michel Foulcault, en El anormal,el monstruo era parte de la constitución del dominio de la anormalidad en el siglo XIX. Es la figura clave que nos permite comprender las articulaciones entre las instancias de poder y los campos de conocimiento involucrados en la constitución de los “anormales”.

Cada época constituye formas privilegiadas de monstruo. Durante la Edad Media, el hombre bestial –mezcla del reino humano y animal– constituía el imaginario de la época. La monstruosidad de los hermanos siameses dominó la literatura especializada durante todo el Renacimiento. En la Edad Clásica, los hermafroditas eran elegidos como los monstruos del momento.

Si cada época tiene sus formas de monstruosidad elegidas, a lo largo del siglo XIX asistimos a una dilución de los grandes monstruos en una serie de pequeños monstruos perversos, a saber: los anormales. ¿Cómo ocurrió este proceso?

La tortura

Hasta el siglo XVIII, el monstruo era considerado dentro de una noción jurídico-biológica o jurídico-natural. No fue sólo una violación de las leyes de la sociedad, sino, más importante aún, una violación de las leyes naturales. En ese contexto, el monstruo no generó una respuesta sencilla por parte de la justicia. Lo que él planteaba era algo diferente a la ley, era violencia, tortura.

La tortura funcionó como un ritual de atrocidad que pretendía responder al crimen cometido con un desequilibrio de fuerzas tal que anulaba el delito, cualquiera que fuera. No es casualidad que tengamos noticias de torturas que duraron días, como el caso del asesino de Guilherme de Oranges, en 1584, que sufrió quemaduras, cortes, cortes y las más horribles torturas durante dieciocho días.

Esta economía del poder de castigo se transformó, a finales del siglo XVIII, en un conjunto de preceptos y análisis que le permitieron intensificar sus efectos de poder. De esta manera, el poder de castigo deja de ejercerse como un rito (ritual de tortura) y pasa a funcionar a través de mecanismos de vigilancia y control. En este punto la pregunta deja de ser “¿cuál es el delito?” y se convierte en “¿qué hace que un individuo se convierta en un criminal?”. Es la transición del crimen al criminal. El delito que era sólo una violación de las normas ahora tiene constitución, es decir, naturaleza.

La patologización de la conducta criminal: el nacimiento de la psiquiatría

A partir de esta nueva economía del poder de castigar se formulan nuevas teorías sobre la naturaleza del delito. Surge, por tanto, una patología de la conducta delictiva. Es en la transición del delito al criminal que vemos surgir un nuevo conocimiento que tiene como objetivo proteger a la sociedad contra lo anormal. Es el nacimiento de la psiquiatría. Y fue precisamente en este terreno fértil de constitución de la anormalidad donde la psiquiatría se constituyó como un nuevo campo del conocimiento. Esto se debe a que la naturaleza o racionalidad del delito crea un vacío para el poder judicial, que sólo puede juzgar y sancionar en la medida en que conoce la naturaleza del delito, es decir, en la medida en que conoce las causas que llevaron al delito. para cometer su crimen...

Esta nueva mecánica de las relaciones de poder tuvo el efecto de alterar la antigua concepción natural-legal del monstruo. A partir de ese momento se empezó a entender el engendro desde el punto de vista moral, es decir, nació un engendro moral que, a lo largo del siglo XIX, se transformaría en una especie de engendro de conducta cotidiana.

El monstruo moral

El primer monstruo moral es el monstruo político. Con el advenimiento de la revolución francesa, el criminal pasó a ser quien rompía el pacto social. En otras palabras, el delincuente es aquel individuo que antepone sus intereses personales a los intereses sociales. La figura paradigmática de esta relación es el rey, el déspota o tirano. Así, el primer monstruo moral es el rey. En aquella época se creó todo un marco teórico que vinculaba a la realeza, principalmente Luis XVI y María Antonieta, con un engendro tiránico siempre asociado al tema del incesto. Monstruo incestuoso, monstruo sexual.

Según libros y folletos de la época, María Antonieta fue el modelo de este monstruo político-moral-sexual: además de su tiranía y su sed de sangre, era una mujer depravada, escandalosa, entregada al libertinaje. Cuando era niña, perdió la virginidad con su hermano José II y se convirtió en la amante de Luis XV (y su cuñado). Para completar su cuadro libertino, fue acusada de tener relaciones entre personas del mismo sexo.

Concomitantemente al modelo del monstruo despótico con su libertinaje, surge el monstruo revolucionario, el monstruo popular, imagen invertida del rey tiránico. Al igual que el monarca, el monstruo popular (que también es un monstruo político) rompe el pacto social. Si aquel fue un monstruo incestuoso, éste será el monstruo antropófago, que tiene hambre de carne humana, que regresa a un estado de naturaleza salvaje. Es la imagen del pueblo sublevado.

Fueron precisamente estas dos figuras del monstruo político-moral, el rey incestuoso y el pueblo caníbal o la monstruosidad sexual y la monstruosidad antropofágica, las que sirvieron de modelo de inteligibilidad para la psiquiatría en el siglo XIX. La psiquiatría constituyó su conocimiento reactivando estos temas de la sexualidad antropofágica a través de una serie de nuevos dominios, nuevos objetos dentro de su discurso. Esta nueva serie de elementos son impulsos, pulsiones, tendencias y, sobre todo, instintos.

el instinto

Según los médicos de principios del siglo XIX, el instinto es un hecho natural que forma parte de la esencia del propio ser. Un instinto distorsionado sería el indicio más exacto de una esencia comprometida.

Foucault destacó que hay, en este momento, una desaceleración en la teoría de la alienación mental centrada en el delirio. Es el fin de los alienistas y el comienzo de una neuropsiquiatría organizada en torno a impulsos e instintos. Este freno a la teoría de la alienación centrada en el delirio abre la posibilidad para la construcción de una psicopatía sexual que edifique la idea del instinto sexual como origen de los trastornos. Para este autor, este cambio en la teoría de la alienación mental centrada en el delirio hacia la psicopatía sexual es lo que construye el vínculo entre una pulsión sexual como origen de los trastornos. Un nuevo objeto para la psiquiatría entra en escena: el placer. La psiquiatría se vio obligada a desarrollar su propia teoría y armadura conceptual y en eso consiste la teoría de la degeneración.

La psiquiatría del último cuarto del siglo XIX ignora la justificación esencial de la medicina del siglo XVIII y principios del XIX, es decir, anula la idea de curación. La psiquiatría deja de ser, o será secundariamente, una técnica para saber curar.

Lo que se produjo fue una cierta despatologización de su objeto a través de la idea de “Estado”. El “estado” no sería exactamente una enfermedad, sino un trasfondo causal que estaría asociado a una inmensa gama de procesos y episodios (conductuales) que, unidos en un síndrome, conformarían una enfermedad.

De esta manera, la búsqueda de una causa única que explique la “anormalidad” será sustituida por una “metasomatización” representada por la idea de herencia. La metasomatización, por tanto, funciona como un “cuerpo fantástico” que permite explicar cualquier tipo de desviación.

Los degenerados: perversidad y peligro

No es posible abordar la idea de desviación sin pasar por sus correlatos: la locura y el crimen. En última instancia, si cada desviación toma la forma de un delito (en el sentido de no cumplir con las normas vigentes), cada delito representará, al menos potencialmente, signos de un ser desviado.

Al trasladar la cuestión del delito al criminal, como vimos anteriormente, –o de la alteración de la salud al compromiso del ser mismo– lo que hicieron la medicina y la jurisprudencia fue duplicar el delito con otras cosas que no son el delito (comportamiento, formas de ser, etc.). Estos otros elementos fueron presentados como la causa, origen o motivación del delito. Es precisamente la posibilidad de crear estos “dobles sucesivos” lo que permitió el paso del acto a la conducta, del delito a la forma de ser. Sin embargo, hubo un cambio en el nivel de realidad de la infracción, ya que la conducta no violaba la ley (ninguna ley impide que alguien esté desequilibrado). Por tanto, ya no existe una infracción penal, sino irregularidades en relación a las normas, que pueden ser fisiológicas, morales, etc.

Tenemos discursos epistemológicamente débiles, porque por el lado de la justicia, la jurisprudencia no buscó precisamente determinar al criminal o al inocente, y por el lado de la medicina, la psiquiatría no buscó determinar quién estaba o no enfermo y, en consecuencia, tratar la enfermedad. . Hubo una búsqueda de la perversidad y el peligro. En definitiva, buscábamos determinar y construir lo “anormal”. El resultado de todo este proceso fue la construcción de degenerados.

El degenerado no era considerado, en general, como un paciente afectado por ninguna enfermedad. Se trataba, ante todo, de una especie o clase diferente, menos humana. El degenerado ponía en riesgo, además de a sí mismo, a toda la sociedad, ya que él mismo era un peligro.

La monstruosidad del comportamiento cotidiano

Los anormales o degenerados son los herederos directos de los grandes monstruos, principalmente del monstruo moral. Y el instinto era el mecanismo que permitía pasar de grandes irregularidades monstruosas a pequeñas perturbaciones de anormalidad, pequeñas irregularidades de conducta. De esta manera, el modelo del monstruo moral-sexual-antropofágico sirvió de base en la elaboración de las desviaciones conductuales que caracterizaron el dominio de la anormalidad en el siglo XIX. En otras palabras, fue lo que permitió el paso del gran monstruo a los pequeños monstruos perversos que marcaron, y quizás todavía marcan, nuestro imaginario social.

Renato Beluche es licenciado en historia por la Unesp, campus Franca y magíster en ciencias sociales por la UFSCar. Es miembro del grupo de investigación “Cuerpo, Identidad Social y Estética de la Existencia” de la UFSCar e investigador del Centro de Investigaciones en Infoeducación de la USP.

Artículo publicado originalmente en PERIODISMO ELECTRÓNICO DE PERIODISMO CIENTÍFICO

Bibliografía

Foucault, Michel. Los anormales: curso en el Collège de France (1974-1975). Trans. Eduardo Brandão. São Paulo: Martins Fontes, 2002.

______. La verdad y las formas jurídicas. 3 ed. Trans. Roberto Cabral de Melo Machado y Eduardo Jardim Moraes. Río de Janeiro: Nau Editora, 2003.

______. Disciplinar y castigar: Historia de la violencia en las prisiones. Trans. Raquel Ramalhete. 24 ed. Petrópolis: Voces, 2001.

Beluche, Renato. El corte de la sexualidad: el punto de inflexión de la psiquiatría brasileña en el siglo XIX. 102 y siguientes. Disertación (Maestría en Ciencias Sociales) – PPGCSo – UFSCar, 2006.

______. Sexualidad, “raza” y nación: la construcción de identidades desviadas en el Brasil imperial. En: Dossier – Prácticas e Identidades Culturales. Tiempos históricos. Marechal Cândido Rondon: Gráfica Líder, vol. 9, 2do semestre, pág. 139-168, 2006b.

Por Renato Beluche

Una respuesta a “El Génesis de los Anormales”

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