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Los Dioses Redentores – Jesucristo nunca existió

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Al darse cuenta de la importancia de la luz del sol en la Tierra, el hombre imaginó que esta luz sería una emanación protectora de Dios. De la idea de que existía un solo sol surgió el monoteísmo, es decir, la creencia en un solo Dios.

De las palabras Devv y Divv, que en sánscrito significan sol y luminoso, se originó la palabra dios. De ahí, en griego, la palabra Zeus; en latín; del; para los irlandeses, días; en italiano dio, etc.

La parte del tiempo en que la tierra recibe la luz del sol se llamaba día a diferencia del período de oscuridad, noche. El día habría sido un regalo divino, gracias a la luz del sol. Al lograr producir fuego, aumentó la creencia humana en el dios sol. Gracias al fuego el hombre pudo liberarse de uno de sus mayores enemigos que era el frío, justo cuando comenzó a cocinar sus alimentos. Debiendo cada vez más parte de su vida al calor, la gratitud del hombre hacia el sol creció aún más. Así nació el mito solar, del cual Jesucristo es el último vástago.

A través de una serie de conclusiones llegaron también a la concepción del significado místico de la cruz. Se creó una cruz a partir de los rayos del sol, extendiendo los rayos por todos lados. Asimismo lo fue la Idea del Espíritu Santo, espíritu benéfico, que irradia bondad divina. Luego la secuencia mística del sol, el fuego y el viento, dando origen a Salvitri, Agni y Vayu, del mito védico.

El rito védico celebra el nacimiento de Salvitri, el dios del sol, el 25 de diciembre, en el solsticio, cuando aparecen las estrellas brillantes. Los astros traen buenas noticias, la perspectiva de buenas cosechas. De ahí los sacrificios y ritos propiciatorios ofrecidos al dios sol.

Así, los cristianos encontraron a su Jesucristo.

La vida de los dioses redentores es la vida del sol. Por lo tanto, todos ellos tenían fijada su fecha de nacimiento el 25 de diciembre: Mitra, Horus y Jesucristo. También es simbólica la resurrección en primavera, época de la germinación y de las nuevas hojas. En base a esto, Aristóteles y Platón admitieron cierta racionalidad entre quienes adoraban al sol.

Heródoto y Estrabón decían que Mitra era el dios del sol, con un sol radiante como emblema. Plutarco dice que el culto a Mitra llegó a Sicilia, traído por piratas marítimos. En excavaciones realizadas en suelo italiano se encontraron tablillas de arcilla solidificadas al sol que llevaban esta inscripción: “Deo Soli Invicto Mitrae”, en memoria del dios de los persas.

Niceto escribió que ciertos pueblos adoraban a Mitra como el dios del fuego, otros como el dios del sol.

Júlio Fírmino Materno decía que Mitra era la personificación del dios del fuego, mientras que Aqueo lo consideraba el dios del sol.

San Paulino describió los misterios de Mitra como los de un dios solar y redentor. Karneki, el rey hindo-escita, a principios de nuestra era, hizo acuñar monedas que mostraban la efigie de Mitra dentro de un sol radiante. Mitra todavía estaba representado con un disco solar en la cabeza y sosteniendo un globo en la mano izquierda. De la misma manera, los cristianos representan a Jesucristo. Fue el Señor. Cuando surgió el cristianismo, los cristianos primitivos todavía llamaban al sol "Dominus", que poco a poco absorbió el ritual mitraico.

En Egipto, el sol era el "Padre Celestial". Un obelisco llevado al Circo Máximo de Roma llevaba esta inscripción: “El gran Dios, el Dios justo, el todo esplendoroso”, con un sol que extendía sus rayos en todas direcciones.

Asimismo, todos los dioses de los indios americanos pertenecían al rito solar, al igual que los dioses de los hindúes, chinos y japoneses. Los caldeos, adorando al sol como su dios, le dedicaron la ciudad de Sípara, donde el fuego sagrado ardía eternamente en su honor. En Edesa y Palmira se encontraron templos dedicados al dios sol. Orfeo consideraba al sol el dios más grande. Agamenón decía que el sol era el dios que todo lo veía y de quien todo procedía.

Los judíos y los líderes del cristianismo, para formarlo, sólo tuvieron que adaptar antiguas creencias y rituales a un nuevo personaje: Jesucristo. Toda la ropa necesaria para vestir al nuevo dios preexistía. Sólo hacía falta darle forma un poco.

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