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Sitra Ajra

Jesús y el tiempo – Jesucristo nunca existió

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El día mítico del nacimiento de Jesucristo fue oficializado por Dionisio el Pequeño en el siglo VI, quien lo marcó en el año 1 del siglo I, correspondiente al año 753 de la fundación de Roma, con un error de predicción calculado en seis. años. Para llegar a esta fijación artificial se utilizaron varios sistemas de cálculo. Calvísio y Moestrin contaron hasta 132 sistemas y Fabrício redondeó hasta 200.

Para algunos habría sido entre el 6 y el 10 de enero, para otros el 19 o 20 de abril, mientras que otros habrían sido entre el 20 y el 25 de marzo. Los cristianos orientales fijaron la fecha entre el 1 y el 8 de enero, mientras que los cristianos occidentales eligieron el 6 de enero.

En el año 375, San Juan Crisóstomo escribió que la fecha del 25 de diciembre fue introducida por los orientales. Sin embargo, antes del año 354, Roma ya lo había fijado en la misma fecha, según el calendario de Bucero. Estas diferencias fueron fruto de la preocupación de la Iglesia por que el nacimiento de Jesús coincidiera y se confundiera con el de los dioses solares, los dioses salvadores, y especialmente con el Deus Invictus que era Mitra. Y era precisamente el mitraísmo lo que la religión cristiana pretendía absorber.

El 25 de diciembre, todas las ciudades del Imperio Romano se iluminaron y decoraron para celebrar el nacimiento de Mitra. La preocupación por vincular el nacimiento de Jesús al de Mitra denota el artificialismo que fundó el cristianismo. Fue la divinización del dios de los cristianos, a costa de la luz del sol de los paganos.

Fue una de las grandes obras de mistificación de la Iglesia, la confluencia de dos nacimientos en la misma fecha. Así, el nacimiento del nuevo dios borró de la memoria del pueblo el recuerdo de Mitra, al final del invierno.

La tradición religiosa, durante milenios, había hecho que todos los dioses redentores nacieran el 25 de diciembre.

En cuanto al lugar de nacimiento de Jesús, dijeron que nació en Belén, para coincidir con las predicciones mesiánicas, que, al convertir a Jesús en descendiente de David, contaría con el apoyo de los desprevenidos judíos.

Los evangelios II y IV no mencionan el tema, mientras que I y III aluden al caso, pero se contradicen. Algunos dicen que los padres de Jesús vivían en Belén, mientras que otros dicen que estaban de paso. Esta inseguridad se debe a que pretenden vincular la vida de Jesús a la de David, según las profecías. Sin embargo, esto confundió las tendencias históricas vinculadas al nacimiento de los dioses solares. La preocupación arrepentida, sin embargo, invalidó la afirmación histórica.

De todo esto resultó que la historia hoy puede demostrar que todo lo que se refiere a Jesús es puro convencionalismo, y su existencia es sólo ideal y no real.

Entonces, la muerte de los inocentes no es más que una repetición de la matanza de los pequeños niños egipcios, narrada en el Éxodo.

La estrella sólo pudo inventarse porque en aquella época el hombre aún no sabía qué era una estrella; Tanto es así que la Biblia afirma que Josué detuvo el sol con solo un movimiento de su mano. Entonces la estrella que guió a los magos es verdaderamente absurda. En primer lugar, nadie sabía realmente de dónde procedían estos reyes ni dónde estaban sus países.

Otros fenómenos reportados como terremotos, oscuridad y truenos, anotados en la Biblia, no se mencionan en la historia de los judíos ni de los romanos. Sólo aquellos interesados ​​en el mito podían ver tales acontecimientos. Los escritores que informaron de acontecimientos ocurridos en Palestina y el Imperio Romano no transmitieron a la posteridad estos hechos que habrían ocurrido en la muerte de Jesús. En aquellos tiempos pudieron haber pasado muchas cosas, excepto lo que está en los Evangelios.

Pilato, por ejemplo, murió ignorando la existencia de Jesús. Los legionarios romanos nunca recibieron órdenes de arrestarlo. No surgió en Judea ningún movimiento social, político o religioso contrario a las normas de la ocupación que justificara la condena de Pilato a su líder.

Sin embargo, Jesús habría sido juzgado y condenado por los sacerdotes judíos, pues Pilato había dejado el caso prácticamente en sus manos y en las del pueblo, lavándose sus propias manos. Ni Pilato, Caiaz ni Hannã dejaron ninguna referencia sobre este proceso. Ninguno de ellos pudo decir cuál era la apariencia física de Jesús. Tertuliano, basándose en Isaías, dijo que era feo, mientras que Agustín dijo que era hermoso. Algunos decían que era imberbe, otros que tenía barba. Su cabello espeso y su barba poblada fueron el resultado de una convención celebrada en el siglo XII. La Sábana Santa representa a un Jesús barbudo.

Nada de lo que se refiere a Jesús puede darse por sentado. Todo es discrepante y contradictorio. Ahora bien, si quienes tuvieron y quienes aún tienen interés en defender la veracidad de la existencia de Jesús no lograron llegar a un acuerdo sobre él, no es una buena señal.

Moy escribió: “Tan pronto como quieres tocar algo real en la vida de Jesús, rápidamente te topas con la contradicción y la incoherencia”. Por lo tanto, incluso la apariencia física de Jesús se volvió discutible, lo que ayuda a demostrar que nunca existió.

Según la historia, lo que está escrito en los evangelios no puede aceptarse como prueba de su existencia. La Iglesia tampoco tiene argumentos válidos en este sentido. La arqueología, por el contrario, no ha encontrado hasta ahora nada capaz de dilucidar la cuestión.

De todo esto inferimos que la existencia física de Jesús nunca podrá ser probada de manera irrefutable, y, por tanto, es muy difícil de ser aceptada por hombres educados y amantes de la verdad. Las novelas, las leyendas, los cuentos, la ficción interesan como cultura, como expresión del pensamiento de un pueblo, y por tanto son perfectamente aceptados. Sin embargo, es reprobable presentar tales formas de cultura como hechos reales, consumados y verdaderos y como tales impuestos al pueblo.

La actitud del cristianismo ha sido, a lo largo de los tiempos, precisamente la que acabamos de condenar: la imposición de leyendas, romances y telenovelas como una realidad palpable, como un hecho verdadero e indiscutible.

En su “Vida de Jesús”, Strauss dice: “Pocas cosas son ciertas en las que se basa preferentemente la ortodoxia –las milagrosas y las sobrehumanas– que nunca han sucedido. La pretensión de que la salvación humana depende de la fe en cosas de las cuales una parte es ciertamente ficticia y la otra incierta, es un absurdo que en nuestros días ni siquiera deberíamos preocuparnos de refutarlo”.

Ernest Havet, comparando a Jesús con Sócrates, dice que Sócrates es un personaje real, mientras que Jesús es sólo un ideal. Hombres como Platón y Jenófanes, que convivieron con Sócrates, dejaron su testimonio sobre él. En sus escritos relatan todo sobre Sócrates: su vida, sus pensamientos, sus enseñanzas y su muerte. Y nada de lo que concierne ha sido adulterado, y por tanto, es auténtico, verdadero e indiscutible.

En cuanto a Jesús, no tuvo existencia real, y aquellos a quienes se les atribuyen escritos y referencias en relación a él, algunos estaban adulterados en sus escritos, otros no existieron.

Pilato, que habría autorizado su sacrificio, omite este hecho al relatar los principales acontecimientos de su gobierno. ¿Harías matar a un dios y no lo sabes? Así, quien describió a Jesús, sólo imaginó cómo habría sido, no fue su testigo.

Renan dijo en su “Vida de Jesús”: “Nuestra admiración por Jesús no desaparecería incluso cuando la ciencia no pudiera decidir nada con certeza, y necesariamente llegarían las negaciones”. Termina diciendo que lo divino que los cristianos encuentran en Jesús es lo mismo que la belleza de Beatriz, que sólo resultó del pensamiento de Dante o de su genio literario. Asimismo, las bellezas de Cristina residen en los sueños religiosos de los hindúes. Las maravillas de Jesús y la belleza de María son productos del genio inventivo del liderazgo oratorio de los mitos de Jesús y María.

Si sólo se dice bien de ambos, es señal de que no tuvieron existencia real. Jesucristo es una creación del hombre, que estuvo en escena sólo para cumplir las profecías de los principales profetas judíos. Esta es también la opinión de Didon, expuesta en su libro “La vida de Jesús”. Dice que es sospechoso ocultar casi treinta años de la vida de Jesús de la historia evangélica.

“Sólo sabemos una cosa sobre la vida de Jesús”, escribió Miron. Los redactores de los Evangelios y los primeros autores eclesiásticos, recogiendo las tradiciones vigentes en la comunidad cristiana, pueden haber adquirido algunos fragmentos de la verdad; pero, ¿cómo podemos asegurar que entre tantos elementos mitológicos y legendarios, haya algo real? Por tanto, la vida de Jesús misma es imposible.

Con Cristo ocurre lo mismo que con todos los seres legendarios: cuanto más los buscamos, menos los encontramos. El intento hecho hasta ahora de insertar en la historia, de arrancar de las tinieblas de la teología, un personaje que hasta los treinta años es absolutamente desconocido, y que después de esa edad parece realizar cosas humanas imposibles –milagros– es absurdo y ridículo.

Labanca en “Jesucristo” cuestiona la posibilidad de una biografía científica de Jesús, basándose en la falta de autenticidad de los Evangelios, ya que no tenían un propósito histórico, sino sólo religioso y propagandístico.

Jesús no está en los evangelios por su extraña divinidad, sino porque ésta conviene a sus taumaturgos y a quienes aún hoy viven bajo su nombre, como forma de vida provechosa.

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