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Criptozoología

Curupira

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Lo primero que el investigador debe sacarse de la cabeza es esa figura de Curupira, como un simple niño travieso. Nada podría ser menos confiable que imaginar a esta criatura con la inocencia e ingenuidad de un niño. El Curupira original, el que rondaba las noches de los indios y los sueños de los bandeirantes, es uno de los seres más peligrosos y maliciosos que ha producido la cultura brasileña. Las historias que provienen de tiempos en que los indios sólo habitaban tierras brasileñas, cuentan casos de ataques violentos, abusos sexuales, secuestros de niños y horror psicológico.

Entre los mitos indígenas, Curupira es sin duda el más antiguo, compañero inseparable de las creencias populares, de las que se admite la posibilidad de ser verdaderamente indígena, si no más bien legada por la población primitiva que habitó el Brasil en el período precolombino y que descendía de los invasores asiáticos. Según esta hipótesis, habría pasado de los Nauas a los Caraibas y de allí a los Tupis y Guaraníes.

Es una de las criaturas fantásticas más sorprendentes y populares de los bosques brasileños. De curu, corumi contrato, y pyra, cuerpo, cuerpo de niño, según Stradelli. La curupira está representada por un enano, de pelo rojo y cuerpo peludo. Tiene la particularidad de ser descrita sin órganos sexuales (en Pará); con dientes azules o verdes y orejas grandes (en el río Solimões) y con los pies hacia atrás (en el río Negro), es decir, con los talones hacia adelante para que sus huellas engañen a quienes intentan perseguirlos.

La primera mención de su nombre la hizo el padre José de Anchieta de São Vicente el 30 de mayo de 1560:

"Es cosa bien conocida y de todos se rumorea que hay ciertos demonios, que los brasileños llaman Corupira, que atacan muchas veces a los indios en la selva, los azotan, los lastiman y los matan. Nuestros hermanos, que a veces han visto a quienes mataban, son testigos de ello. Por esto los indios suelen dejar por cierto camino, que conduce por bosques escabrosos hasta el interior de la tierra, en la cima del monte más alto, cuando pasan, plumas de ave, abanicos, flechas y otras cosas semejantes, como una especie de oblación pidiendo fervientemente a los Curupiras que no les hagan daño”.

Ningún otro fantasma colonial brasileño determinó una ofrenda propiciatoria. Aún hoy, para evitar ser molestados, caucheros y cazadores, adaptando una costumbre indígena, hacen ofrendas de goteo y tabaco a la entrada del bosque.

Al disfrutar de la ofrenda o al sentarse en los árboles de mango a comer los frutos. Allí te entretendrás mientras disfrutas de cada mango o sorbo de pinga. Pero si se da cuenta de que está siendo observado, Curupira pronto huye, y a tal velocidad que la visión humana no puede seguirle el ritmo. “No sirve de nada correr detrás de un Curupira”, dicen los caboclos, “porque no hay quien lo alcance”.

También son muchos los casos de Curupiras siendo encantadas por niños pequeños, a quienes se los llevan por un tiempo y luego los devuelven a sus padres, generalmente después de los 7 años. Los niños encantados por Curupira nunca vuelven a ser los mismos después de haber vivido en el bosque, encantados por la vista.

En ocasiones, el Curupira caza a los cazadores que se aventuran en el monte durante las llamadas horas muertas. El hombre encantado intenta salir del bosque, pero no puede. Se encuentra siempre pasando por los mismos lugares y se da cuenta de que en realidad está caminando en círculos. Muy cerca, Curupira lo observa: “Curipira me está engañando”, piensa el hombre encantado. Entonces sólo queda una alternativa: dejar de caminar, coger un trozo de enredadera y hacer con él una bolita. La enredadera debe tejerse muy bien, ocultando el extremo, de modo que sea muy difícil desenrollar la madeja. Después de eso, la persona debe tirar la bolita lejos y gritar: “Quiero verte encontrar la punta”. La persona mundana debe esperar un poco antes de emprender nuevamente el intento de salir del bosque.

Cuenta la leyenda que, por su curiosidad, Curupira no puede resistirse al ovillo. Siéntate ahí y dedica tiempo a intentar desenrollar la bola de enredadera para encontrar la punta. Gira la pelota de un lado a otro y termina olvidándose de la persona a la que lastimó. De esta manera, el hechizo se levanta y la persona puede encontrar el camino a casa.

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