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Monstruos internos

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Pueblan nuestra imaginación. Se esconden debajo de nuestras camas. Se arrastran en los oscuros rincones de nuestro inconsciente primitivo. No hay escapatoria, no hay refugio. La cosa te atrapará. La Bestia, el aniquilador, el Lusus Natura. ¿Qué es? ¿Por qué tememos?

¿Cual es tu nombre?

Siempre tuvimos nuestros demonios. Durante mucho tiempo han inflamado la imaginación romántica de sacerdotes y poetas. Hubo un tiempo en que los llamábamos Trolls; luego los llamaron Diablos, y luego vinieron las Brujas, mezclando pociones malignas en sus calderos. Incluso más tarde, se dijo que el Monstruo era el Lobo Feroz, el Hombre del Saco, el Godzilla del terror de la guerra fría. Finalmente, algunos lo tildaron de intolerancia y estupidez. Durante algún tiempo intentaron convencernos de que los monstruos no existen, que todo en el universo tenía, o pronto tendría, una explicación racional.

Pero ahora sabemos la verdad. Reanudamos nuestras relaciones con la Bestia. Aprendimos su verdadero nombre.

Ahora entendemos la dimensión de la eternidad, su inimaginable infinidad, su estructura caótica y la insignificancia de nuestra propia existencia.
Ahora admitimos la magnitud de los problemas que enfrentamos y nuestra aparente incapacidad para generar cambios en la escala necesaria para salvarnos.

Pudimos vislumbrar la realidad y vimos la verdad detrás del velo. Cerramos el círculo y redescubrimos al Demonio. Recuperamos nuestra herencia ancestral. Encontramos aquello a lo que le hemos dado tantos nombres: la fuente de nuestro terror mortal.

Descubrimos al enemigo... y somos nosotros.

Somos cazadores, perseguimos eternamente la inquietante verdad de nuestra condición humana, buscando dentro de nosotros aquello que es sucio, incierto, impuro, aquello que no tiene nombre. Cuando miramos los monstruos que creamos, obtenemos una visión un poco más amplia de nuestra "mitad oscura". Estos demonios expresan lo que somos en los niveles más profundos e inaccesibles del inconsciente. Desde la antigüedad, nos han proporcionado una conexión con nuestro yo animal, la satisfacción de una necesidad emocional primordial y la promesa de una injusticia implacable.

El vampiro es el demonio por excelencia, nada más que un reflejo de nosotros mismos. Los vampiros se alimentan como nosotros nos alimentamos, matamos y al causar la muerte pueden sentir el mismo terror, la misma culpa, el mismo anhelo de escapar. Están atrapados en el mismo ciclo de necesidad, abundancia y alivio. Como nosotros, buscan redención, pureza y paz. El vampiro es la expresión poética de nuestros miedos ocultos, la sombra de nuestras necesidades primordiales.

Como el héroe de la leyenda, que fue al pozo del Purgatorio para enfrentarse al verdugo, vencer las debilidades personales y finalmente purificarse, regresando a casa con el don del fuego, nosotros también necesitamos descender a lo más profundo de nuestra alma y renacer con Los secretos conquistados. Éste es el verdadero viaje de Prometeo, el significado del mito. Sólo emprendiendo este viaje podremos descubrir nuestro verdadero yo y ver nuestro reflejo en el espejo.

El atractivo de esta promesa de conexión espiritual es prácticamente irresistible. Pero es una aventura muy inquietante. Es necesario permanecer alerta y andar con cuidado: cada viaje tiene sus peligros. No mires dentro de tu propia alma a menos que estés preparado para afrontar lo que descubras.

Y ahora mismo recuerda:

Los monstruos no existen…”

Tomado del libro Vampiro: La Mascarada,

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