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El más allá y lo desconocido

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Patricio Harpur

Extracto de Realidad daimónica: una guía de campo para el otro mundo

Siempre se imagina que el Más Allá comienza en el borde de nuestro mundo conocido. Podría ser el desierto fuera de las murallas de la ciudad o las regiones inexploradas al borde de los mapas etiquetados "Here Be Dragons". Puede comenzar en la orilla del océano o en la puerta del jardín. A medida que los límites de lo Desconocido fueron ampliados, el mundo ampliamente cartografiado, el Otro Mundo, se ubicó en el espacio exterior. Los primeros extraterrestres afirmaban proceder de Venus, Marte o la Luna; más tarde, cuando estos planetas parecían más locales, menos remotos, afirmaron proceder de sistemas estelares lejanos como Zeta Reticuli o las Pléyades.

La religión establece la frontera de lo Desconocido en los límites de la vida humana. En las culturas tradicionales, el otro mundo más allá de la vida, después de la muerte, es inmanente: otra realidad contenida en éste. En el cristianismo, es trascendente, una realidad separada y alejada de la Tierra. El cientificismo no reconoce ningún Otro Mundo, pero… la realidad demoníaca tiene una manera de subvertirlo. Así, el cientificismo construye sus propias versiones literales de un Otro Mundo trascendente e inmanente. El primero aparece en los extraños modelos del universo articulados por astrónomos y cosmólogos; este último aparece en las especulaciones de los físicos nucleares.

Vale la pena detenerse un poco en el Otro Mundo de los físicos nucleares, aunque sólo sea porque su disciplina es ampliamente considerada la decana de las ciencias. Buscan, sobre todo, establecer los “hechos” del asunto. Yo sostendría, sin embargo, que vuestro reino subatómico es sólo otra variante de la realidad daimónica. Todo lo que se dice al respecto podría, por ejemplo, aplicarse con igual justicia al país de las Hadas. Ambos mundos invierten el acogedor mundo newtoniano que habitamos: se ignoran las leyes del tiempo, el espacio, la causalidad y, por supuesto, la materia. (Una vez pasado el “horizonte de sucesos” de un agujero negro, dicen los astrofísicos, el tiempo se ralentiza hasta detenerse; o, una vez dentro del agujero negro, “corre hacia atrás”). La física subatómica introduce dimensiones adicionales: la “teoría de cuerdas” permite diez dimensiones: nuestras cuatro, más seis, muy juntas. La multidimensionalidad es un elemento básico de la ciencia ficción y la ufología.

Los demonios del “espacio interior” subatómico se llaman partículas, aunque estrictamente hablando no lo son; los electrones, por ejemplo, son partículas y ondas al mismo tiempo. Son paradójicos, tanto allí como no allí, como hadas. Al igual que los ovnis, no se pueden medir con exactitud: podemos calcular su velocidad o su posición, pero no ambas. Esto, en términos generales, es lo que Werner Heisenberg llamó el Principio de Incertidumbre, y se aplica a todos los fenómenos daimónicos. No podemos conocer las partículas subatómicas en sí mismas; sólo podemos identificarlos a través de sus rasgos daimónicos. Como pequeños Yetis, solían dejar huellas en cubas de detergente colocadas en el fondo de las minas; hoy en día es más probable que dejen sus huellas en las pantallas de los ordenadores conectados a aceleradores de partículas.

Provocan sin piedad a sus investigadores. Cada partícula recién descubierta promete ser el componente fundamental de la materia. Primero fueron los átomos; luego electrones, protones, neutrones; luego los quarks, su naturaleza lúdica como el Sombrerero Loco de Lewis Carroll. Recuerdo cuando sólo había cuatro quarks, llamados daimonicamente Upness, Downness, Strangeness y Charm (buenos nombres para los tipos de OVNIs). La última vez que miré había más de cuarenta, y contando. Cada vez más pequeñas, cada vez más traviesas y menos sustanciales –las partículas sin masa– se alejan de nosotros como los quásares, esos enormes daimons que se dice que se mueven hacia el borde del universo conocido a velocidades cercanas a la de la luz.

Como ocurre con todas las entidades anómalas, el mero acto de observar partículas las perturba. No es posible distinguir entre observador y observado, sujeto y objeto. Aparecen necesariamente partículas cuya existencia se predice. Si no supiéramos nada mejor, casi podríamos decir que su existencia fue imaginada. Los llamados Nuevos Físicos olieron un problema. Comenzaron a comparar toda la empresa con la religión oriental o a sospechar que su realidad es principalmente metafórica, no literal y fáctica. Esto no significa que los daimones no puedan manifestarse concretamente, como hemos visto. De hecho, cuanto más pequeños son, más poderosos pueden ser, véase la bomba atómica.

Los estudiantes de lo daimónico (espiritistas, ufólogos, etc.) invocan con entusiasmo la física subatómica como evidencia de que otras dimensiones, otros mundos, son posibles y reales. Se les anima a creer que algún día la ciencia aceptará a sus daimons favoritos. Pero el reino subatómico no es un mundo literal de hechos del que puedan obtener apoyo para su propia realidad literal. Es simplemente otra metáfora del Alma del Mundo. Ni siquiera es especialmente bueno: los daimons prefieren aparecer como personas, no como pequeñas partículas peculiares e impersonales. El Más Allá subatómico tiene su propia elegancia y cierta belleza cruda, como los físicos desean resaltar; pero es gris y sin sentido comparado con el mundo.

William Blake lo vio en un grano de arena. De hecho, si bien instrumentos especiales como el microscopio y el telescopio amplían los límites sensoriales, no aumentan su profundidad cualitativa. Producen una visión breve, una sombra de esa verdadera visión imaginativa que es la única que revela significado.

El modelo einsteiniano del universo –más parecido a un gran pensamiento que a una gran máquina, dijo Sir James Jeans– invierte el modelo newtoniano. Son variantes unas de otras, imágenes de un universo cuya realidad final nunca podrá conocerse. El Otro Mundo es un espejo del nuestro. Puede ser benigno, como paraísos que revierten el sufrimiento de este mundo; o puede ser extraño, como el reino que algunas tribus atribuyen a las brujas que caminan o hablan al revés, llevan la cabeza al revés y las piernas de atrás hacia adelante. Estas características a veces se atribuyen a los habitantes de los pueblos vecinos, recordándonos que, para las personas con imaginación, el Otro Mundo siempre ha estado aquí. Para estas personas, quedarse dormido y despertar es, en un sentido más profundo, morir y vivir. Bien puede haber un fin para este mundo nuestro literal, pero no puede haber un fin literal porque es continuo con ese otro mundo, sin fin.

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